Mi padre, desde que era muy chica, tenía una peculiar forma de prepararme para el futuro. Desde mis 5 años hasta podría decir mis 9, era una niña bastante exploradora. Me acuerdo de estar buscando caracoles en el fondo de mi casa, haciendo muñecos de arcilla con tierra que encontraba en un balneario cuando nos íbamos de vacaciones y así. También era un poco aventurera, por no decir bestia, tenía las rodillas bastante raspadas de mis exploraciones e intentos de destreza que nunca se terminaban concretando, piruetas un poco extrañas que terminaban con mi cara contra el piso.
Un día, en una tarde de verano muy linda, frente a mi casa había una plaza a la que muchas veces cruzaba en verano, cuando en la ciudad no había un alma. Me habían regalado mi primera bicicleta, o como yo la llamaba, la "chicleta", y estaba empezando a dejar las ruedas, ¡gran desafío! Antes, con las rueditas, todo era más fácil. Ese momento en el que venía andando de forma equilibrada, sin ningún obstáculo, con el aire en la cara, incluso podía dejar mis pies suspendidos en el aire y todo estaba bien, yo seguiría en pie.
Llegó el momento de dar el paso, empezar a practicar, ya lo había intentado en algunas ocasiones pero todas fueron fallidas. Una vez más me dediqué a hacerlo, tenía que suceder, tenía que lograr suspenderme en el aire de forma mágica (o eso pensaba yo) y poder trasladarme de punto A al punto B, o en ese caso, del subibaja hasta a la hamaca. Allí fui decidida, comencé bien, pero como supondrán a esta altura, no lo logré. Me fui al suelo una vez más, y esta vez la "chicleta" quedó encima de mí, por lo que no podía levantarme.
Comencé, teatralmente como me caracterizaba, a clamar piedad por mi padre, a quien le pedí ayuda para que viniera a levantarme. Entonces él tuvo la fantástica idea de decirme: "Vení, que te levanto". Mi cerebro quedó bloqueado por un momento, las ironías no eran mi fuerte para entonces. La realidad es que no tuve forma de salir de allí hasta que no vino una vecina, y fue entonces cuando mi padre (muerto de vergüenza) me levantó. La realidad era que, como siempre, no me había hecho nada, no tenía dolor, nada grave había sucedido, y desde entonces mi padre tendria esa estrategia establecida.
Con los años, le pregunté: "Pa, ¿por qué me decías 'vení que te levanto?" A lo que hasta ahora me dice, "Te veía tan chica, tan indefensa y sabiendo que no siempre iba a estar yo para ayudarte, quería que lo intentaras la mayor cantidad de veces posible antes de que fuera a ayudarte." Y la verdad es que personalmente, esta historia me gusta mucho, no solo porque me causa gracia de forma natural, y porque realmente me acuerdo de ella, sino porque me hace dar cuenta de cómo esos momentos se pueden volver nuestros caballito de batalla.
Si estamos esperando, dejando pasar el tiempo que es realmente lo más valioso que tenemos, para que alguien venga y nos levante, estamos fritos. Nadie va a venir a levantarnos, primero porque no es su responsabilidad, y segundo, porque tienen sus problemas, realmente los tienen. Tampoco la suerte o nuestra positividad harán mucho. La mejor opción es hacernos cargo de nosotros mismos, tomar decisiones, actuar, avanzar y levantarnos de la bicicleta. Si otros nos terminan levantando, bien pero si esto no sucede ya habremos aprendido a levantarnos por nuestra cuenta!